"EL LIRIO".


"RELATOS LEVES".

"CRÓNICAS DERTALES III".

    El sol se dejaba acariciar por las tenues nubes. Se respiraba una suave brisa que refrescaba el ambiente y el alegre trino de los pájaros convertía aquel instante en uno de esos placenteros momentos con los que la naturaleza nos brinda su hermosura. Sentado en uno de los bancos del parque, me dejaba llevar por aquella corriente de agradables sensaciones. Sin duda disfrutaba de una espléndida mañana.

    Se veían pocos paseantes y era pronto para contemplar a las parejas de enamorados que se apresuraban felices a su encuentro. Me sentía alegre y hubiera podido permanecer allí largo rato, reconfortado por aquella impresión de sosiego y belleza. Mis pensamientos me trajeron la imborrable imagen de Dertal con su rostro bañado en lágrimas. Así lo vi por última vez antes de abandonar su casa sin tan siquiera poder despedirme. Decidí ir a visitarle. En el trayecto hasta su casa me invadieron las dudas. Estaba nervioso pensando en volver a encontrarme con aquel personaje tan enigmático e influyente. Tal vez no fuese buena idea acudir a su encuentro. Absorto en mis cavilaciones había llegado al portón de su casa y por un momento pensé en salir huyendo de allí. No obstante el íntimo deseo de sentir su presencia me arrastró hasta la puerta que sorprendentemente estaba entreabierta. Le llamé y al no contestar, avancé vacilante por el largo y oscuro corredor hasta llegar a la estancia principal. Dertal estaba como era su costumbre, sentado en su viejo butacón de cuero y su mirada se detuvo fijamente en la mía. Parecía estar esperándome. Por primera vez desde que nos conocimos Dertal me miraba directamente a los ojos. Permanecí inmóvil sin saber qué decir, paralizado por aquella mirada sabia y penetrante. Estaba temblando y los latidos de mi corazón resonaban como pesadas campanas. Dertal sonrió y todos mis miedos se diluyeron en un instante.

    Pasó un tiempo que se me hizo eterno hasta que Dertal rompió su silencio. Sus palabras sonaron solemnes y rotundas. Me contó lo mucho que había sufrido con la repentina muerte de su añorado amigo. Se sentía cansado y triste y pensaba que tardaría mucho en recuperarse de aquel dolor tan profundo.

    - El alma de los que sufren, querido Ércadin, es blanca como los copos de nieve, blanca como las hojas del lirio. Solamente en ocasiones la injusticia y la constante angustia, la vuelven negra como la noche.

    Se incorporó de su asiento y mientras abría el ventanal prosiguió hablando en un tono cada vez más dulce y pausado. Me hizo un gesto con su mano indicándome que me acercara junto a él. Me mostró un lirio que florecía en uno de los tiestos que adornaban su balcón. Lo extrajo con suma delicadeza y sujetándolo entre sus dedos, me reveló que aquel lirio era fruto de la ternura y del amor. Me mantuve en prudente silencio sin atreverme a interrumpirle. Tomó mis manos y puso sobre ellas aquel delicado lirio. Acto seguido abandonó la habitación y aunque esperé durante un tiempo, no volvió a aparecer. Permanecí en aquella mágica estancia, solo y ensimismado, contemplando el encanto de aquella flor y recordando las palabras de Dertal. Más tarde abandoné la casa y de camino a mi hogar no dejé de admirar la belleza de aquel lirio misterioso que se conservaba fresco e intacto, como si pudiese existir eternamente atractivo, ajeno al inexorable paso del tiempo.

    Transcurrieron algunos días antes de que volviera a ver a Dertal. Estaba ansioso por encontrarme de nuevo con él. El lirio, a pesar del tiempo cumplido se preservaba intacto, igual de fresco y hermoso que el día que lo puso tiernamente en mis manos. Necesitaba una explicación, conocer el porqué de aquel enigmático misterio. Por fin conseguí localizarle en el café de los poetas. Vestía una túnica blanca. Estaba sentado, con sus manos reposando sobre sus piernas y la mirada perdida. Me senté a su lado, acaricié sus manos y le sonreí con complicidad. ¡Resultaba un ser tan entrañable! ¡Uno se sentía tan bien junto a él! El tiempo pasaba sin que te dieras cuenta y tú permanecías absorto admirando su sabiduría, disfrutando de su conversación seductora y fascinante. Aquella tarde disertó sobre el atractivo y la perfección de las diferentes variedades de flores. Era un tema que le apasionaba. Enumeraba las múltiples clases y les atribuía a cada una de ellas un significado distinto. Describía a la rosa roja como la expresión de la sangre derramada por el corazón herido. El clavel en su color amarillo simbolizaba para él la pálida belleza del alma del amante no correspondido. Penetraba con voz arrebatada en todos los signos escondidos de las flores: del nardo, del jacinto, de las magnolias y tulipanes, de las azucenas y margaritas, de las adelfas y del lirio. Cuando nombraba al lirio lo hacía en singular con un tono casi febril que destacaba sobre el resto. El lirio para Dertal simbolizaba el amor puro. Su rostro se iluminaba al hablar de sus encantos y te sentías contagiado por su entusiasmo. Le escuchaba en reverente silencio y sus palabras se sucedían en mi mente una tras otra quedando guardadas en mi recuerdo.

    Se levantó con intención de retirarse y un impulso irreprimible me movió a tomar su mano con el propósito de retenerle. Nos miramos y partió alejándose con su andar lento y armonioso. No me había revelado el secreto de aquella flor que yo poseía como el mayor de mis tesoros.

    Era tarde cuando llegué a mi estudio. Estaba cansado y me tumbé vestido sobre la cama. Contemplaba entre la penumbra de la habitación la blancura inmaculada del lirio.

    Jamás Dertal volvió a referirse a él, y éste continuó tan bello y vívido como el primer día. Sólo tras su llorada muerte el lirio se marchitó. Sin embargo cuando mi mente evoca su recuerdo y revive feliz su imagen, ¡Dertal, mi querido Dertal!, la flor bajo un misterioso influjo, vuelve a tomar la apariencia hermosa, bella y delicada de aquel primer encuentro.

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( Lucién Bosán ).


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