"EL AMIGO CIRCUNSTANCIAL".


"RELATOS LEVES".

    Difícil distinguir con claridad los rasgos de aquel rostro dibujado por el humo y las sombras. Causa asombro escuchar a un tipo de aspecto agradable contando historias personales tan crueles y de una manera tan natural sin mostrar emoción alguna. Los seres malvados están llenos de enseñanzas. Se aprenden muchas cosas de sus miradas, de sus gestos, de sus palabras, de sus comportamientos depravados y perdidos.

    Permaneces en silencio, en un silencio reflexivo y hueco que agota por momentos. Piensas en lo que debes de hacer y te sientes confundido aunque sabes que no queda otra que intentar comenzar de nuevo. Abandonar un escenario en el que te sientes incómodo. Huir y perderte en medio de una cerrada noche. Cuesta tomar una decisión firme y rápida. Tienes que alejarte de aquel lugar pero sigues allí. Lanzas una última mirada y decides marcharte. Una noche desapacible y fría te aguarda. Recorres oscuros callejones y te vas alejando de aquellas pobres barriadas. Piensas en soledad mientras deambulas encogido y ensimismado, escondiendo tus manos y tu rostro, asustado y herido. Otra vez solo. Está en tus manos la posibilidad de cambiar de rumbo y sentido tu equivocada existencia. Conoces las dos caras del mundo y sientes el impulso de vivir con la savia nueva de un conocimiento hasta entonces oculto.

    Tan sólo el sonido de mis pasos y el intermitente divagar en obsesivos monólogos me acompañaban en aquella noche que se resistía a dejarse desnudar por la débil luz del amanecer cercano. Caminaba sin detenerme, y me alejaba de aquella ciudad gélida y enviciada. Comenzaba a sentir la nostalgia de mi entrañable pueblo, escenario de mis vivencias más hermosas. Noches etílicas, amistades falsas y efímeras, muchas de ellas ya perdidas. ¡Cuánto ansiaba volver a disfrutar de la compañía de aquellos amigos circunstanciales, amables y ciertos! Separados de mi vida sin existir motivo. ¡Aquellas risas fraternas, aquellos pequeños instantes de felicidad inmensa!

    ¿Y por qué, me preguntaba, desperdiciamos tanto tiempo a lo largo de una vida? ¿Por qué nos aferramos con absurda firmeza a los recuerdos del pasado? Nos empeñamos en arrastrar el angustioso lastre de una felicidad pasada sumergida en un tiempo irrevivible. ¡Cuántas veces lloré por los mágicos instantes que se llevó consigo el pasado cruel y siniestro! Es profundamente doloroso intentar avanzar con las manos desnudas y la mente obsesionada en un extraño juego de recuerdos. Nos empeñamos en buscar la alegría en sucesos que ya acaecieron, en experiencias vividas, en personajes y emociones protagonistas de otras épocas.

    Las horas pasaban y continuaba atrapado en mi pensar atropellado y confuso. El intenso deseo de partir despertó en mí la idea de subir al primer tren que me condujera a mi añorado refugio. El propósito de regreso liberó en mi interior un miedo indescriptible, un intenso temor ante lo que podía encontrarme tras el tiempo transcurrido. Sabía que podía enfrentarme al cruel brazo del rechazo. No me asustaba sufrir la mortificante tortura de la indiferencia.

    El compartimento estaba desocupado y aproveché para tenderme a lo largo de uno de los asientos. Me incorporé por un momento y observé la estación; el impresionante desfile de cientos de personas que jamás alcanzaría a conocer. Figuras andantes que pasaban ante mí como los caballitos llenos de colorido, inertes, de un carrusel de feria. En toda partida dejamos una parte de nuestro ser, y allí, sin duda, en aquella gris y abigarrada estación, perdí una parte del mío. Un instante de emoción intensa envuelto en la soledad de un vacío vagón de tren.

    Tomé la botella de mi bolsa de viaje y me sumergí en un profundo trago. Sentía mi mente mecida por los primeros efectos del alcohol. Una sensación grata y peligrosa de euforia que culmina en la pesada borrachera. Observaba a aquellos anónimos individuos que caminaban por los angostos andenes, un continuo trasiego de vidas desconocidas. Me sentía alegre, embriagado y dichoso. Seguí bebiendo tendido sobre el frío asiento. Corrí las cortinas y me dejé invadir por la agradable penumbra. ¡Qué maravilloso sería poder compartir aquel breve espacio de tiempo con un ser querido, con el amigo alejado, perdido o injustamente ignorado! No sé dónde están ni sé que habrá sido de sus vidas.

    Alguien forcejeaba con la puerta y pretendía entrar en el compartimento. Escuché unos golpes. Llamaban desde el corredor y preguntaban con voz amable si se encontraba ocupado. Me incorporé y encendí la luz. Abrí la portezuela y descubrí ante mí a una joven atractiva de buen aspecto. Con educación pidió permiso para pasar. La contemplaba en silencio sin ser capaz de pronunciar palabra alguna. Al fin reaccioné y le ofrecí con una sonrisa cómplice que se acomodara en uno de los asientos que permanecían libres.

    Se acercó lentamente y sin dejar de sonreír extrajo una pistola de su bolso. Me propinó un golpe violento y seco y caí al suelo casi inconsciente sintiendo correr la sangre por mis heladas sienes. Aturdido en mi agonía pude todavía distinguir como hurgaba la infeliz entre mis pertenencias. Nada de valor en una pobre vida. Sin botín la rabia se despierta de manera poco controlada.

    Me miró un instante, me apuntó con su arma y escuché un último sonido. Un disparo certero que me alejó de su inquietante sonrisa.

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( Lucién Bosán ).


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