"PUESTA EN MARCHA".


"LA SOLEDAD DEL VENDEDOR DE FONDO".

Relatos Leves.

    Cinco menos cuarto de la mañana. Suena el despertador y toca levantarse. Son momentos en los que uno sería capaz de cualquier cosa con tal de quedarse en la cama y seguir durmiendo. Se hace a duras penas el primer esfuerzo del día y con sumo cuidado y haciendo el menor ruido posible entras en el baño. Te sientas en la taza, orinas, te incorporas y te lavas las manos. Todavía la maquinaria diabólica del estrés no se ha puesto en marcha y solo piensas en lo que estás haciendo. Una ducha rápida y aparece tu rostro frente al espejo. Cara abotargada, ojeras, bolsas en los ojos y una mirada que comienza a pedir auxilio. Abres el armario del baño y dispones sobre el lavabo lo necesario para completar el aseo. Lo primero lavarse los dientes con pasta dental y después un repaso con un poco de bicarbonato por aquello de intentar blanquear la cada vez más amarillenta dentadura. Después terminas la higiene bucal con un trago de colutorio. Miras el reloj y sigues avanzando. Lo siguiente es el afeitado. Extiendes la crema y empiezas a deslizar la cuchilla una y otra vez. Repasas el rasurado, te aclaras con agua y ya tienes otra cosa hecha. Vuelves a mirar el reloj. Vas guardando las cosas de aseo que ya has utilizado en el neceser de viaje. Te aplicas una crema para el contorno de ojos y otra para hidratar la cara. Casi has terminado en el baño. Te diriges a la habitación silenciosamente y comienzas a vestirte. Tienes la ropa preparada desde la noche anterior, la que te vas a poner y la que debes guardar en la maleta. Cuando has terminado de vestirte y has ordenado la maleta te diriges de nuevo al baño. Te mojas el pelo con abundante agua y lo peinas hacia atrás. Te miras de nuevo en el espejo y a pesar del rostro cansado, el aspecto es algo más agradable. Limpio, afeitado, camisa, corbata y pelo bien peinado. Recoges el neceser, lo introduces en la maleta, la cierras y listo. Coges la cartera de trabajo, la maleta y el chaquetón y bajas a tomar un desayuno rápido. Otra mirada al reloj y a pesar de ir bien de tiempo comienzas a sentirte nervioso. Sabes que vas a donde no te gusta y la naturaleza se rebela. Te preparas un café con leche y comes un par de galletas integrales. La leche, de soja, la lactosa cada vez la toleras menos. Vas de nuevo al baño y vuelves a cepillarte los dientes. Echas un vistazo al salón, piensas en si te has podido olvidar algo y comienzas a sentir un nudo en el estómago. Vas a abandonar por unos días el lugar en el que más a gusto te encuentras para dirigirte al que más disgusto te produce. El trabajo dignifica, eso dicen, pero a veces y dependiendo de qué tipo de trabajo, el esfuerzo mortifica. Cierras la puerta intentando no hacer ruido y cargado con el maletín de trabajo y la maleta de viaje te diriges al coche. No podrías irte sin ellas, forman una pareja inseparable que te acompaña en todos tus viajes. Llegas al coche, cargas los bultos, te pones cómodo y enciendes el motor. Es noche cerrada y sientes la soledad impregnando el ambiente. El coche está frío y pones la calefacción en marcha. Es hora de iniciar el camino. Quedan muchos kilómetros por delante. La aventura no ha hecho más que empezar. Una última mirada de despedida a tu alrededor y un pensamiento que se pierde en la oscuridad de la noche.

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( Lucién Bosán ).


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