"EL CARRIL DE LAS SORPRESAS".


"RELATOS LEVES".

    Una fría noche envolvía la solitaria y recogida estación de ferrocarril. La figura de un hombre solo, desamparado, esperando en el andén, confería mayor tristeza. Permanecía inmóvil, encorvado por el frío y mal vestido. Aguardaba la llegada de algún tren, de algún ser querido. Tal vez el caminar sin rumbo le había conducido hasta allí sin tener sentido alguno. Noche de “Nochebuena” próxima, mala noche para aquel individuo, sin techo ni abrigo, sin la cálida compañía de un amigo.

    El inquietante silencio se rompió con el sonido de un ferrocarril que se aproximaba ligero. Él, proseguía sin inmutarse y así se mantuvo hasta que el tren finalmente alcanzó su destino y se detuvo lentamente, permitiendo que descendieran de él tres o cuatro desconocidos pasajeros. Anunció con su estridente silbato su marcha y se fue alejando hasta perderse en el negro túnel de la noche. Cada uno de aquellos hombres parecían gozar de un rumbo cierto y escogido. Su paso era rápido y firme, y sus rostros albergaban una expresión de alegría y esperanza, de emoción contenida por la agradable sorpresa del reencuentro que aguardaba en sus hogares a seres queridos o a añorados compañeros separados por la distancia y el tiempo. Son escenas entrañables de familia que se repiten en tiempo de Navidad, y que a pesar de su aparente sensibilidad, no dejan de ser auténticas vivencias plenas de cariño, que quedan acogidas en nuestro pensamiento como imborrables recuerdos. El destino se ceba cruel e implacable en los seres que más necesitan de sus favores. Una noche en soledad le aguardaba.

    Uno de los pasajeros percibió la presencia de aquella figura desconsolada y se dirigió a ella en un tono cordial y afectivo.

    - Buenas noches, buen hombre. Se puede saber que hace aquí en vísperas de una noche tan señalada. ¿Acaso no tiene a dónde ir? Va usted muy desabrigado para soportar al aire libre un frío como el que padecemos, y las noches de crudo invierno no son para afrontarlas alegremente, a la buena de Dios. Venga, venga conmigo y charlamos un ratito mientras usted se toma un café con leche bien caliente. Si permite usted que me tome la libertad de invitarle.

    - Gracias, le estoy muy agradecido, es usted muy amable.

    El tono de su voz aunque lastimero y triste era a la vez solemne y grave, y sus palabras y compostura evidenciaban que tras aquella desastrada fachada se escondía una persona de formación y educación no acorde con su sombría apariencia. Así se percató el gentil viajero compadecido ante la desgracia ajena.

    Entraron en el bar de la estación buscando el reconfortante calor, resguardados de la destemplanza de la desapacible noche. No había nadie en el establecimiento salvo un aburrido camarero que deshojaba el tiempo leyendo un periódico. Esperando en realidad que llegara la hora de cerrar y poder recogerse en su hogar en compañía de los suyos. Pidieron dos cafés con leche y se sentaron en una de las mesas junto a un ventanal empañado de humedad y frío.
    
    - Beba, beba; le hará entrar en calor. Verá que bien le sienta.

    Era un hombre ya entrado en años, de buen porte y bien vestido. Su rostro despejado y alegre dejaba adivinar a una persona sincera, bondadosa y desprendida. Miraba con ternura y misericordia al desdichado solitario que nada acertaba a decir, sorprendido ante aquellas muestras desacostumbradas de verdadero cariño. No terminaba de creer en la experiencia real de verse allí acompañado, tomando un café. Sin poseer nada para corresponder a tanta gratitud, permanecía callado sin atreverse siquiera a levantar la mirada de la humeante taza.

    - ¿Qué, se encuentra mejor? A que sí…

    - Sí, mucho mejor, gracias…

    - Nada, nada, nada de gracias. Uno ha de comportarse con los demás al menos como se comporta con uno mismo. Ni más ni menos. Sin ánimo de resultarle indiscreto, ¿no pensará pasar la noche aquí, en la estación? Una noche tan especial no es para vivirla solo y menos rodeado de semejante decorado. ¿No le espera nadie? ¿No hay un hogar que le aguarde?

    - La verdad es que no. Hace ya tiempo que deambulo errante. Perdida la casa y la familia, mi vida discurre sin ambición alguna y no abrigo en mi corazón ni esperanzas ni anhelos. Le agradezco el interés que está mostrando por mí. Se le ve sincero. No quiero hacerle partícipe de mis desgracias. La tristeza es contagiosa, solemos decir los carrilanos, ya sabe, la gente marginada que vagamos sin estrella por el carril de la vida, y no pretendo estropearle una noche de paz, de sentimientos fraternos, junto a su familia, que a buen seguro le aguardan impacientes. Váyase, de verdad, le agradezco su interés. Ha hecho más de lo que debía por mí. Guardaré un buen recuerdo de este encuentro.

    - ¡Calle, calle, por Dios! ¡Qué palabras son esas! No debe dejarse llevar por el desconsuelo. La vida parece cerrarnos sus puertas. Sin embargo ella misma se encarga de indicarnos el umbral de una nueva hasta entonces nunca abierta. No desespere. Por sus palabras y sus maneras deduzco que usted es un hombre de bien venido a menos. No es mi intención indagar en su pasado y no tiene por qué darme explicaciones de su vida. ¡Dios me libre de la malsana curiosidad, impertinente e inoportuna! He de confiarle que me haría feliz el hecho de que aceptara acompañarme a casa, en calidad de inesperado y entrañable invitado, y compartir juntos lo que a buen seguro será una velada inolvidable. No piense ni por un instante que me mueve a ello la compasión o la caridad mal entendidas. Tómelo como una forma agradable de celebrar nuestro encuentro. Si ha comenzado bien la noche permitiendo que nos conociéramos dos seres tan desconocidos el uno para el otro, por qué no podemos rematarla de la misma manera; juntos, conversando en confianza, resguardados del frío, disfrutando de una buena cena. Amigos, rodeados de más amigos. En mi casa lucimos el mismo rango, familia y amistad son volúmenes que ocupan el mismo estante. Somos dichosos con la compañía del que llega por primera vez, al igual que con el que permanece o incluso con quien decide partir y seguir su camino. No nos entretengamos más, queda un buen trecho hasta mi casa y no me gusta hacerme esperar. No debemos permitirnos el injusto capricho de ganar tiempo a costa del que pierden los demás mientras nos esperan. Vamos pues “amigo carrilano”, no dejemos pasar la oportunidad de conocernos que nos ha brindado esta noche.

    Vencido en tantos frentes, herido por miles de espadas que la vida esgrime contra los desdichados, aquel pobre hombre, no salía de su asombro ante lo que acababa de escuchar. Su mente, confundida y cansada, le impedía reaccionar. Permanecía inmóvil y en silencio, contemplando la generosidad de aquel semblante y no fue capaz de contener sus lágrimas a la vez que sus labios dibujaban por fin una sonrisa emocionada. ¡Cuánto había llorado de rabia y cuánto le había costado descubrir que la felicidad también se viste con lágrimas!

    Se levantaron y se fundieron en un cálido abrazo como dos camaradas que se encuentran después de haber compartido en el pasado experiencias inolvidables.

    Salieron del bar. Caminaban apoyándose el más feliz en el más contento. Se alejaron envueltos en la oscuridad y dejaron atrás la estación, fría y solitaria, hasta que sus siluetas se fundieron con las estrellas de la noche.

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( Lucién Bosán ).


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