"EL BARÓN DE RAMPANET".


"RELATOS LEVES".

    “Ser solidario es ser feliz en la misma medida en que ser feliz es ser solidario” ( Lucién Bosán ).

    El barón de Rampanet era un personaje querido y respetado en su ciudad. Su carácter cordial y afable y su disposición a cualquier buena obra que se le propusiese, le granjeaban la admiración y el afecto de aquellos que lo conocían. Su aspecto era impecable. Ni delgado ni gordo, bien afeitado, de buena presencia. Su mirada era limpia y tenía siempre dispuesta una sonrisa en sus labios. Era una persona feliz y una de esas personas que hacen felices a las que están a su lado. Vivía en una lujosa mansión en el mejor barrio de una coqueta ciudad de provincias. Tenía el futuro asegurado y la mayor parte de su tiempo la dedicaba a visitar familiares y amigos, por lo que su presencia era requerida en cualquier evento de resonancia que tuviera lugar. Era generoso y particularmente sensible a las desgracias ajenas. Se hallaba siempre dispuesto a prestar su desinteresada ayuda a quien la necesitase, sin tener en cuenta jamás su condición social. Este hecho provocaba cierto escándalo en la aburguesada sociedad en la que se desenvolvía y en ocasiones le había causado más de una seria discusión y de un profundo disgusto.

    En el barrio en el que residía, existía una zona apartada, habitada por unas familias inmigrantes que honradamente se ganaban la vida trabajando en lo primero que se les presentaba. Tan pronto descargaban mercancía en los muelles, como se incorporaban a cualquier obra de albañilería que se llevara a cabo en la ciudad. Vivían en casas humildes, a medio construir, y hacían la vida en la calle. Cuando no disponían de trabajo, se reunían a las puertas de sus casas y bebían y comían. Charlaban en voz alta con gestos desmedidos y terminaban entonando canciones de su tierra entre risas y aplausos. No eran bien vistos por la clase alta de la ciudad y los petulantes potentados estaban muy interesados en deshacerse de ellos y acabar con aquella barriada que desmerecía su aparente entorno.

    La vida en la ciudad transcurría tranquila y apacible. En los últimos meses se habían producido algunos brotes de delincuencia que mantenían preocupada a la clase dominante. Robos en casas y en comercios e incluso algún asalto en plena calle. Las miradas de los ricos se dirigieron hacia los más débiles y las sospechas recayeron en los honrados habitantes de aquel suburbio. Era injusto, una forma fácil de justificar la erradicación de aquella zona que ellos veían conflictiva y peligrosa.

    En una de las habituales reuniones sociales en la que estaban presentes las personas más influyentes de la ciudad, surgió el asunto en cuestión. Coincidían en que era prioritario acabar con aquel “rebaño de impresentables”. La excepción, una vez más, la encarnaba el barón de Rampanet. De nuevo se erigió en paladín de las causas perdidas y no tuvo reparos en abordar el problema:

        - Señores, creo que se está produciendo un grave error. Están emitiendo juicios no fundados y acusando a gentes que están libres de culpa. Estamos hablando de personas honradas que nada tienen que ver con los casos que estamos sufriendo de delincuencia. Es evidente que su forma de vida es distinta de la nuestra pero son gente trabajadora y bien dispuesta. Personas que no hacen ascos a realizar injustamente los trabajos peor remunerados. Trabajos por otra parte que contribuyen al bienestar de la ciudad y de los que nos beneficiamos todos. Si lo que preocupa es la apariencia podemos resolver el problema buscando una solución de la que nos sintamos satisfechos. He reflexionado sobre ello y se me ocurre proponerles la siguiente alternativa. Adecentemos el suburbio que tanto nos preocupa, construyendo casas nuevas y dignas, zonas ajardinadas y de recreo. A cambio yo me comprometo a hablar con aquellas buenas gentes y ofrecerles que se encarguen de mantener la seguridad y limpieza del barrio. Se trata de facilitarles un trabajo remunerado. Un trabajo que redundará en beneficio de nuestra comunidad. Habrá que alojarles en una zona que reúna las condiciones que se merecen y que suponga un embellecimiento más de nuestra hermosa ciudad.

    Las palabras del barón se sucedieron una tras otra, sin dejar respiro. El silencio en el concurrido salón era inquietante. Hubo gestos de aprobación, murmullos y un general desconcierto. Sin embargo el discurso del barón fue tan contundente y su propuesta tan irreprochable que nadie se atrevió a pronunciar ninguna objeción.

    El barón cumplió su promesa y se reunió con aquellas familias tan necesitadas. La respuesta por su parte fue de cierta incredulidad inicial pero de una alegría inmensa finalmente. Todo se llevó a cabo como el barón había previsto y la ciudad luce hoy más hermosa que nunca, y sus gentes sin distinciones de ningún tipo son también más felices de lo que jamás habían sido.

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( Lucién Bosán ).


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