"LA DULZURA DEL PERDÓN".


"RELATOS LEVES".

    Tenía que contar sus pesares sin pudor alguno. Buscaba ayuda y su dolor era tan intenso que a pesar de su profunda tristeza albergaba la esperanza de encontrar consuelo en algún sabio consejo. Sin embargo todos expresaban su opinión perdiéndose en pretenciosos discursos que nada le aportaban. Hablaban constantemente, sin dejar respiro, atropellándose en sus palabras unos a otros. Uno de ellos permanecía en silencio, escuchando atento. Miraba fijamente al pobre desdichado y se le veía emocionado por la descarnada historia. Compartía sus pesares y respetaba el valor que mostraba al desvelar sus secretos más íntimos.

    Aquel venerable anciano aguardaba paciente su turno. Era difícil adivinar qué pasaba por su mente. Su presencia pasaba casi desapercibida y sólo resultaba evidente por la profundidad de su mirada.

    Poco a poco se hizo la calma y dejaron de escucharse las palabras atropelladas de unos y otros. El pobre desdichado que tan sólo buscaba algo de paz para su dolorido espíritu se levantó y se marchó, sin hacer ruido, al igual que había llegado. Seguía teniendo las mismas dudas e inquietudes y le dominaba la misma angustia. No encontró amparo en los presuntuosos discursos ni en la mirada sin voz de aquel anónimo hombre. Comenzaba a presentir que nada ni nadie le ayudarían a salir de la encrucijada en la que se encontraba inmerso. Tendría que salir de la oscuridad por sí mismo. Debía reconducir su vida y para ello no podía contar más que con su sinceridad y con su fuerza de voluntad. Sólo el reconocimiento de la propia culpa y el cumplimiento inmediato y liberador del dulce perdón, podían ser sus aliados para salir de aquella trágica situación.

    Ahora entendía el silencio de aquel misterioso hombre. Nada dijo porque sabía que nada debía decir. No había ayuda posible, la ayuda estaba en uno mismo.

    Por primera vez en su vida estaba decidido a enfrentarse cara a cara con su vida. Estaba convencido de que no tenía que encubrir ni el más íntimo de sus pensamientos. Comenzaba a percibir la reconfortante sensación que le despertaba su sinceridad. Por fin lo veía con claridad. Estaba resuelto a ser veraz y valiente, y antes que con nadie, consigo mismo.

    Reconoció sus errores, sus limitaciones y sus desvaríos. El remordimiento ya no tenía lugar en su mente y se sentía liberado de una enorme carga. Tenía una vida por delante y estaba determinado a darse a sí mismo una nueva oportunidad.

    Se convirtió en una persona nueva, independiente y segura de sí misma. Libre de los prejuicios que le habían atenazado en el pasado. Había descubierto el perdón, había aprendido a perdonar y a perdonarse.

    El perdón sincero y humilde le descubrió su propia valía y le liberó del pesado lastre del remordimiento. Caminó firme, seguro y reconfortado. Fue al fin él mismo, y soñó desde entonces con serlo en adelante. El amargo recuerdo del pasado comenzaba a diluirse ante la dulzura del perdón que le abría las puertas a un nuevo presente.

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( Lucién Bosán ).


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