"EL VIEJO GRUÑÓN".


"CUENTO INFANTIL".

    Los niños de aquel pequeño pueblo disfrutaban jugando al balón en la calle por las tardes, al salir del colegio, gritando y riendo al mismo tiempo. Lanzaban la pelota contra la pared de una enorme casa en la que vivía un hombre que parecía no saber estar más que enfadado y al que la gente en el pueblo no se atrevía a hablarle. Los niños le tenían miedo; pero como casi nunca salía de su casa, jugaban tranquilos, hasta que aquel desagradable hombre se asomaba por la ventana y les gritaba para que se marchasen y dejasen de hacer ruido.

    A aquella persona, tan arisca y enfurruñada, le llamaban “el viejo gruñón”. Cuando se ponía a dar voces, los niños asustados huían corriendo y se escondían en sus casas. No se sabía por qué era tan malvado y por qué le molestaba tanto que los niños jugasen frente a su casa. Su voz sonaba como el rugido de un león y sentían tanto temor que al escucharla corrían llenos de miedo sin atreverse a decirle ni una palabra.

    Una tarde, como tantas otras, se pusieron a jugar con el balón. Uno de los niños le dio una patada muy fuerte y la pelota salió disparada hacia lo alto, con tan mala suerte que fue a estrellarse contra una de las ventanas de la casa del viejo gruñón. Al poco tiempo ya estaba el viejo cascarrabias asomado al balcón muy furioso y comenzó a gritar a los niños, diciéndoles:

    - ¡Habéis roto mi ventana, pequeños diablillos! Si os cojo no vais a poder contarlo. No volveréis a molestarme porque no pienso devolveros la pelota. Me la quedaré y así no jugaréis más y me dejaréis tranquilo y en paz. ¡Ja, ja, ja! Se reía gritando el viejo gruñón.

    Los niños lo contemplaban asustados y cuando entró de nuevo en su casa, se quedaron muy tristes sin saber qué hacer ni qué decir. Ya no tenían la pelota para poder jugar y divertirse.

    A partir de aquel día, por las tardes los niños se sentaban debajo de su ventana y esperaban en vano que aquel hombre por el que tanto miedo sentían, les devolviese su juguete. Se aburrían allí sentados, sin nada que hacer, y recordaban lo bien que se lo pasaban jugando juntos hasta el anochecer.

    Los días fueron pasando. Los niños al salir de la escuela acudían corriendo a la calle, esperando con ilusión que les entregara la pelota. Pero nada de esto ocurría. El viejo gruñón seguía encerrado en su casa sin salir. Cada vez que miraba la pelota se echaba a reír, pensando en lo tranquilo que estaba y en el daño que hacía a los niños al no dejarles jugar con ella.

    Una mañana el viejo gruñón se levantó de la cama y al mirarse en el espejo se asustó porque se dio cuenta de que se había vuelto más viejo y mucho más feo. Su pelo era blanco y su piel llena de arrugas. Le habían crecido las orejas y la nariz, y los ojos los tenía rojos e hinchados. No sabía qué hacer y se sentó en su viejo butacón, preocupado y asustado. Se había convertido en un monstruo horrible. Tal vez, pensó, era el castigo que tenía que soportar por haber sido tan gruñón y tan malo. Por primera vez, sintió en el fondo de su corazón que no se había portado bien. Había disfrutado haciendo el mal y se había acostumbrado a vivir enfadado. Le dolía haberse comportado de manera tan cruel con los niños quitándoles la pelota, sin dejarles disfrutar del juego con el que más se divertían. Estuvo un largo rato pensando y pensando, mirando la pelota que tenía entre sus manos. Había sido tan malo, - se decía para sí -, que por eso se había transformado en un ser tan feo y horrible. Se había dado cuenta de que nunca más podría salir de su casa por miedo a que le vieran. Tendría que contemplar su espantoso rostro en el espejo cada vez que se mirara. Se dijo, arrepentido, que ya que él nunca más sería feliz, al menos podría hacer felices a los niños devolviéndoles la pelota. Algo había cambiado en su corazón y movido por este sentimiento nuevo, abrió la ventana y llamó a voces a los niños. Les dijo con lágrimas en los ojos:

    - Tomad niños, vuestra pelota. Podéis volver a jugar con ella, y no os preocupéis porque ya no me molestaréis más con vuestros alegres juegos. Reid, jugad, y sed felices.

    Los niños se quedaron muy sorprendidos. Les costaba entender lo que estaba ocurriendo. Se pusieron muy contentos al ver que tenían de nuevo la pelota y que podían volver a jugar como antes. Sin embargo aquel hombre tan feo que lloraba, les había dado mucha lástima y decidieron que debían invitarle a jugar con ellos, para que así a lo mejor se le pasase su tristeza. Pensaron que podrían estar más felices si además de jugar, lograban alegrar a aquel hombre que había tenido por fin un gesto de bondad.

    Le llamaron gritándole para que se asomara al balcón. El viejo gruñón, feo y triste, lloraba sentado en la soledad de su salón. Se sentía muy desgraciado aunque se consolaba pensando que al menos los niños volvían a ser felices. Al oír los gritos de los niños que le llamaban, salió al balcón y escuchó las voces de los niños que le invitaban a que bajara y a que jugara con ellos. Por primera vez en su vida se sintió feliz y notó la alegría en su corazón. No se lo pensó dos veces y bajó corriendo las escaleras de su enorme casa para salir a jugar con sus nuevos amigos. Se sintió más joven que nunca y bajaba por las escaleras como si fuera un niño y no como un viejo cansado y enfadado.

    Al verlo en la calle los niños comenzaron a gritar de alegría y emoción, y le rodearon llenos de felicidad. Uno de los niños le pasó la pelota y cuando el viejo gruñón le dio una patada se transformó, ante la sorpresa de todos, en un niño hermoso y sonriente como el resto de los que ahora eran ya sus nuevos amigos. Jugaron felices hasta que se hizo de noche.

    A partir de aquel día, por las tardes al salir del colegio llamaban a su puerta, contentos de haber encontrado un nuevo amigo. Ya no era un viejo gruñón y malvado sino un niño tan bueno y feliz como el resto de los niños de aquel pequeño pueblo.

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( Lucién Bosán ).


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