"DERTAL".


"RELATOS LEVES".

    Dertal dibujaba extrañas figuras sobre la mesa de su escritorio. Alzaba su mirada y dejaba vagar su pensamiento. Viejos recuerdos le hacían detenerse y tomarse un respiro en medio de su intensa labor artística. Memorias que también se convertían en la musa esencial de su inquietante labor. Dertal pintaba sombras incomprensibles de su misterioso inconsciente. Él decía que su pintura era una pintura mágica, psicológica y esotérica.

    Recuerdo con nostalgia cuando conversábamos en aquel concurrido Café, punto de reunión de artistas olvidados. Acaloradas discusiones sobre asuntos que él consideraba trascendentales y que despertaban en mí un torrente de sensaciones difíciles de describir. Argumentaba sobre extrañas teorías de los movimientos constantes de las células nerviosas. Afirmaba que dichos movimientos se hallaban reflejados de manera simbólica en el universo, en “la negra bóveda”, como solía denominarlo. Acompañaba sus explicaciones agitando sus manos con una armonía y delicadeza tales, que parecía que éstas más que moverse, danzasen en el aire. Su mirada se perdía en el vacío y tan sólo en una ocasión se detuvo en mi rostro. Para él los hombres no tenían semblante porque sus constantes pecados habían hecho que se esfumaran sus rasgos. Los hombres eran sombras, albas o aciagas, únicamente sombras.

    Su persona provocaba en mí sentimientos contradictorios, que iban desde la más sincera admiración a la compasión menos contenida. Su pensamiento era tan subjetivo e irrebatible que se convirtió para quienes llegaron a conocerle, en uno de esos hombres considerados medio doctos y a la vez medio insensatos.

    Se dejaba ver con frecuencia por el Café y siempre le escuché pedir lo mismo y con el mismo tono educado y pausado :

    - “Solamente un vaso de agua, si es usted tan amable”.

    Jamás le vi pagar un céntimo y a pesar de que un cliente así no era indudablemente muy rentable para aquel negocio, a Dertal no le faltó nunca su vaso de agua. El encargado del local lo consideraba un tipo singular y atractivo, que despertaba el interés general y que atraía con su presencia a numerosos curiosos, interesados en conocerle y en escuchar sus inquietantes discursos. Tenía por costumbre vestir una túnica de lino, de un color ocre, apagado y envejecido, desgastada por los muchos años, y calzaba sus pies desnudos con unas viejas sandalias ya hiciera frío o calor. Su rostro era de una belleza enigmática y recordaba con sus perfectos rasgos a las clásicas estatuas griegas. Era una belleza impactante que conservó inalterable hasta el final de sus días.

    Le acompañaba una tarde en su casa y recibió la visita de un anciano poeta, de mente lúcida, muy cansado y decrépito por el transcurrir de los años, envuelto en la soledad y la angustia. Quería conversar con Dertal sobre un tema que le absorbía, recurrente y obsesivo, que le mantenía en un estado de tensión insostenible. La esencia del romanticismo y los sufrimientos que el amor desencadena en el alma… El viejo poeta tomó la iniciativa, sabedor de que su tiempo se escapaba por momentos. Ansiaba descubrir algún secreto no revelado. Dertal sonreía levemente y su mirada vagó por la penumbra de la fría estancia. Se iluminó su rostro y su encanto era una aparición divina y etérea. Por unos instantes se había convertido en un hermoso dios de marfil que iluminaba con su brillo la apagada estancia. El viejo poeta compartía conmigo la emoción de aquellos momentos casi mágicos. Le temblaban levemente los labios y sus ojos cansados esperaban con anhelo la respuesta profética del gran maestro. Dertal despertó de su letargo espiritual y tomó asiento en su viejo butacón de terciopelo con ganas de intervenir. Acariciaba el aire, con sus palabras pulcras y medidas, con su tono de voz melodioso y armónico. Para Dertal el romanticismo se vestía de relucientes calesas y elegantes pañuelos de seda, de lechos de rosas y lirios, de noches de pasión junto a la persona amada, la musa del poeta cansado de vivir.

    - Las campanas que anunciarán tu muerte, querido amigo, sonarán también por la caída de una frágil hoja del árbol del romanticismo.

    Dijo con voz solemne Dertal y prosiguió :

    - Los dolores del amor crecen en el jardín del romanticismo. Las heridas de tu corazón, solitario y triste fatigan tu alma y tus lágrimas de dolor martirizan tu espíritu…

    Escuchaba estas palabras y lloraba. Era un baile de sentimientos encontrados. Dertal hablaba en un tono bajo e imperceptible hasta que el sonido de su voz se perdía por completo en la mágica atmósfera de la habitación. El viejo poeta se levantó y se marchó en silencio, feliz por haber sido testigo de excepción de aquellas reveladoras palabras. También yo percibía que Dertal ya no necesitaba mi presencia.

    Al salir di un largo paseo por el bulevar. La noche era agradable y me sentía a gusto al caminar sin prisa. Disfrutaba con el olor de la humedad y con el verdor de la frondosa vegetación. Pensaba en la figura del venerable poeta. Presentía, después del encuentro en casa de Dertal, que su final estaba próximo.

    No había transcurrido una semana desde aquella visita a Dertal, cuando me hallé, después de un largo deambular por las calles de la ciudad, frente a la casa medio derruida del anciano poeta. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Jamás hubiera podido imaginar que su muerte ocurriera de una manera tan dramática. Al parecer según me contaron, una mañana de densa niebla la casera encontró su cuerpo sin vida sobre el lecho, cubierto de sangre y con el rostro malherido y desfigurado. La pesada lámpara de bronce que colgaba del techo de su dormitorio se había desplomado sobre su cráneo, al parecer mientras dormía. Una escena desgarradora y atroz. La casera me dejó echar un último vistazo a su habitación. Sobre el escritorio, entre numerosos y desordenados papeles quedaron escritos sus últimos versos. En uno de aquellos folios amarillentos y arrugados podían leerse las palabras que describían sus últimos sentimientos:

“El corazón del viejo poeta,
teje con débiles latidos,
su eterno poema…

Un suspiro, una lágrima,
el dulce ensueño,
que acaricia mi alma,
y la espera…”.

    Quedé muy afectado por la trágica historia y por el testimonio postrero de aquellos versos, que permanecían imborrables mientras su dueño ya no estaba presente. Tomé aquella hoja que constituía su legado y salí de la casa, preso de una sensación de angustia y profunda tristeza.

    Me aproximaba a la vivienda de Dertal y escuchaba el repicar de las campanas. Dertal lo había presentido y así lo dijo en sus proféticas palabras. El sonido de las campanas anunciaba la muerte del venerable anciano. La vida discurría ajena a la desgracia ocurrida y nada en el ambiente hacía presagiar la muerte de un ser anónimo y perdido en el más cruel de los olvidos. Una existencia atormentada y desvalida se había apagado. Me sentía confundido por lo sucedido y me costaba entender que una vida se acabe de una manera tan absurda. Su constante búsqueda de algo que ni él mismo alcanzaba a comprender. Días perdidos en un hallazgo obsesivo que quizá solamente habían servido para calmar su espíritu después de la conversación con Dertal. Se había desprendido de todo en su fatídico peregrinar porque en el fondo presentía que la vida le había abandonado hacía ya mucho tiempo. Vivió en soledad, más forzada que circunstancial y murió en soledad sin la compañía de algún ser querido. Ningún amigo, ningún amor, nadie que compartiera ni sus alegrías ni sus penas. Rodeado de cientos de personas y condenado a pasar desapercibido.

    Cuando entré en la estancia encontré a Dertal pensativo, sentado en su viejo butacón. Estaba pálido y una lágrima se deslizaba suavemente acariciando su rostro. Le entregué el papel que contenía los versos del viejo poeta y lo leyó sin apenas inmutarse. Quise contarle lo ocurrido pero presentí que él ya sabía con exactitud como había sucedido. Respeté su silencio y me retiré callado, sin hacer ruido.

    Durante la semana siguiente no volví a ver a Dertal. Cerrada la puerta de su casa. Ventanas que permanecieron cerradas al mundo. Única señal de duelo por la muerte del viejo poeta, del venerable amigo.

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( Lucién Bosán ).


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