"CON MI HERMANO".


"RECUERDOS DE INFANCIA".


"RELATOS LEVES".


    De mi hermano mayor guardo tantas vivencias de mi infancia. No acostumbrábamos a jugar juntos. Era más sociable que yo y a pesar de su carácter irascible tenía muchos más amigos. Tampoco nos gustaban las mismas cosas ni compartíamos aficiones. En definitiva cada uno iba a lo suyo y hacía su vida como podía o mejor como le dejaban. Más adelante sí que vivimos situaciones que nos alejaron en ocasiones y en otras nos acercaron entrañablemente.

    De mi padre no conservo anécdota alguna de mis primeros años. Recuerdos ya borrosos que no termino de descifrar. Aceptó un destino en Zaragoza de la compañía de seguros en la que trabajaba y estaba centrado en su trabajo intentando como se dice labrarse un porvenir en la misma. Cumplidos los seis años mis padres me matricularon en el colegio de marianistas en el año de su inauguración. Allí hice la E.G.B., el B.U.P, y el C.O.U. A mi hermano también lo inscribieron pero dejó los estudios al acabar la E.G.B. No le gustaba estudiar, tenía muchos problemas con los profesores y los compañeros, repitió algún curso y después de varios avisos de expulsión, decidieron sacarle del colegio. Aquello estaba claro que no era lo suyo. Le castigaban con frecuencia a causa de las malas notas. Solía traer una colección de suspensos y mi padre tenía la costumbre de raparle el pelo casi al cero. Mi hermano sufría mucho con ello. En aquella época cuando te cortaban el pelo al rape te convertías en el hazmerreír. Era un castigo duro y hasta que no te volvía a crecer lo pasabas muy mal. No me vi en esta tesitura porque fui un buen estudiante y era algo además de lo que se enorgullecían mis padres. Cuando nos entregaban las notas mi hermano me preguntaba que qué tal las había tenido. Por lo normal eran notables y sobresalientes y como las suyas solían ser una colección de deficientes y muy deficientes, me pedía que tardara unos días en entregárselas a mis padres. Con ello no conseguía más que retrasar la bronca pero se sentía aliviado de momento. Solía acceder a su petición entre otras cosas porque a veces me amenazaba si no lo hacía. En otras ocasiones las entregaba nada más llegar a casa y así me vengaba de las trastadas que tenía que soportar por ser el hermano pequeño. Mi hermano ha tenido y aún lo conserva, un sentido del humor muy especial y cuando quería hacerme rabiar era un auténtico superdotado. Tengo una escena grabada en mi memoria. En mi casa teníamos la costumbre de no cerrar la puerta cuando íbamos al baño. Así que podías estar sentado en la taza haciendo tus cosas y entraba alguien a buscar algo, a lavarse las manos o a refrescarse. Según lo que estuvieras haciendo había alguna queja por el aroma y unas risas de propina. Como solo teníamos un baño y mi hermano y yo hemos sido de vientre fácil, en ocasiones nos peleábamos por ir uno antes que el otro. El que se sentaba primero alargaba lo que podía el tiempo para fastidiar al otro. Una vez se sentó él primero y yo apenas podía aguantarme. Le pedía por favor que acabara y él no paraba de hacer bromas y de reírse. Cuando noté que ya no podía más y que estaba a punto de hacérmelo encima, lo cogí de los brazos y con esa extraña fuerza que se tiene en los momentos trágicos, lo levanté y lo lancé contra el borde de la puerta. Acto seguido me senté rápidamente y me liberé de lo que llevaba tanto tiempo reteniendo. Mi hermano se seguía riendo con los pantalones bajados y yo inocente de mí también me reía por la escena. Se dio la vuelta y abriéndose las nalgas todas sucias comenzó a acercárseme a la vez que se reía cada vez más fuerte y más alto. No daba crédito a lo que veía. Pretendía sentarse encima de mí y limpiarse con mis piernas como venganza por haberle quitado el sitio. Cuando ya lo tenía prácticamente encima, me incorporé como pude y alcé la rodilla izquierda con el fin de frenarlo. El muy cabrito no paró hasta que mi rodilla acabó dentro de sus nalgas. Lo empujé y la imagen no podía ser de lo más asqueroso, al menos para mí, porque él se estaba partiendo de risa. Tenía la rodilla llena de excremento por no decir mierda y me la estuve limpiando por lo menos durante un mes. Estaba obsesionado con el olor y además él cuando podía hacía algún comentario gracioso referido a que le venía un extraño olor a mierda. Ese era mi hermano, un auténtico cabrito cuando estaba inspirado y raro era el día que no lo estaba. En cualquier caso esto no quita que le quisiera, y mucho, y salvo alguna mala experiencia que atravesamos tiempo después en nuestra convivencia, guardo un cariño especial por él.

    El colegio de marianistas estaba casi en las afueras de la ciudad y teníamos que coger un autobús escolar que tenía la parada bastante lejos de casa. Después con el paso de los años la parada se fue acercando pero al principio como digo, teníamos que caminar un buen rato. Eso nos obligaba a levantarnos muy temprano porque el trayecto del autobús hasta el colegio era bastante largo. Salíamos juntos de casa y alguna vez cuando se sentía cariñoso me llevaba de la mano. Esto no era lo normal pero cuando lo hacía yo me sentía muy contento y por qué no decirlo, muy orgulloso de tener a mi lado a mi hermano mayor. Cuando eres pequeño el hermano mayor es una especie de guardián protector. Lo idealizas y lo acabas convirtiendo poco menos que en un héroe. A ninguno de los dos nos gustaba madrugar. Hacía un frío tremendo porque entonces la calefacción central era un lujo al alcance de muy pocos y vestirte tiritando era una sensación de lo más desagradable. Costaba mucho abandonar el calor de la cama, entre otras cosas porque cuando te acostabas por la noche las sábanas estaban heladas, y hasta que podías estirar los pies pasaba un buen rato. Teníamos estufas de butano y más tarde llegaron los famosos radiadores eléctricos. Sin embargo el calor se escapaba por algún sitio y más de una vez pensé que tenía escarcha en las cejas. He tenido buen despertar y lo sigo teniendo. Algo de pereza en ocasiones y rara vez mal humor. Lo de mi hermano era otra cosa. No he conocido a nadie que se levantara de peor genio que él. Montaba unos espectáculos difíciles de olvidar. Gritaba, contestaba mal, se encaraba con mi madre. A mí me mandaba a hacer puñetas y como estuviera muy cerca o le plantara cara, me soltaba una colleja que no veas. Nunca le gustaba la ropa que le preparaba mi madre y la tiraba al suelo con una rabia que daba miedo verlo. Al final mi madre tenía que utilizar el recurso de entonces, tan mal visto hoy y le arreaba unos buenos guantazos. Quizá era una forma de vencer el frío y así se iba caliente al colegio. La verdad es que yo me asustaba porque las discusiones con mi madre eran muy escandalosas y hasta que no terminaban estabas de los nervios rezando para que volviese la calma.

    La figura del hermano mayor es mágica y estás unido a ella por vínculos emocionales difíciles de explicar. Se establece un extraño código de respeto y lealtad que se mantiene inalterable a lo largo de la vida. Es una presencia a veces visible y a veces invisible que permanece a tu lado, que te toma de la mano y no te suelta. Es esa voz de apoyo que escuchas en especial en los malos momentos y que te dice: “Tranquilo, estoy aquí, todo irá bien”. Te quiero hermano y te querré hasta que se cierren mis ojos y ya cansado diga:

    “Hasta aquí…”.

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( Lucién Bosán ).



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